En nuestro país, se podría escribir la antítesis del texto de Max Weber sobre La responsabilidad política: ante cualquier catástrofe ninguna autoridad política se hace cargo de la situación, por ejemplo, nadie ha respondido por la inseguridad en las faenas mineras, que se dan a diario en los lugares de trabajo; de la pésima calidad en las construcciones de viviendas sociales, derrumbadas por el terremoto, el Serviu no asume ninguna responsabilidad. Ahora, con el incendio en la cárcel de San Miguel, nadie quiere responder de sus dichos y hechos que han colaborado a crear el clima de segregación, que es la causa profunda de las 81 muertes.
Hay personas que tuvieron el valor de luchar contra la histeria fascista, caracterizada por dichos desafortunados y criminales, como aquel de que “todos los delincuentes se pudran en la cárcel”, como si no fueran tan seres humanos como los autores de estas torpes frases. Esa mentalidad no está muy lejana de aquellas que niegan la existencia de los campos de concentración nazis o, en el pasado chileno sostenían que los detenidos y desaparecidos estaban veraneando en Argentina o en otro país. Son los mismos que decían que la tortura era, apenas, “un rasguño -propinado- a quienes se lo merecían”. Recuerde Ud. que el entonces ministro del Interior, José Miguel Insulza dijo algo parecido respecto a la tortura y muerte de su amigo Ruiz-Tagle.
La gente se olvida, muy fácilmente, de lo que se dijo hace apenas un año: Joaquín Lavín planteaba trancar la puerta giratoria, lo que significaba terminar con los beneficios carcelarios y, a la menor reincidencia, enviarlos al infierno penitenciario. Alberto Espina ha sido siempre el profeta y defensor de la “tolerancia Cero” y hoy lo reitera, con suma beligerancia, diciendo que no hay que tener ninguna tolerancia con los delincuentes -no sé cómo logra explicar que esto no tiene que ver con “la cárcel para todos”, hay que ser atrasado mental para tragarse semejante caramelo.
Como el tema de llamada “seguridad ciudadana” paga muy bien en las elecciones, la mayoría de los hipócritas –que sólo les interesa conservar sus curules- se dedican a incitar la mentalidad fascista respecto a la vida cotidiana, que se ha acuñado en muchos sectores de la sociedad. Ahí está la clave del éxito de políticos de derecha con relación al llamado tema de la represión de la delincuencia.
Los líderes de la Concertación no han hecho más que imitar a sus congéneres de la derecha y ha habido un verdadero concurso entre los distintos subsecretarios del Interior sobre cuál de ellos aplica más “mano dura” contra lo que llaman la delincuencia y que siempre termina en la persecución de los pobres. Este afán de querer igualarse fue una de las principales causas del por qué el pueblo los escupió expulsándolos del poder.
También los medios de comunicación de masas tienen bastante responsabilidad: ChileVisión dedica más del 70% de sus largos y aburridos noticiarios a la apología de la violencia policial contra los pobres; para qué hablar de Megavisión, cuyos programas estelares se centran en temas donde las cámaras irrumpen en las poblaciones y en las casas de los pobres, sin ningún respeto a la dignidad de las personas. Muchos de los dueños de estos canales son pechoños, que pasan su vida golpeándose el pecho. ¿Qué dirían si se filmaran escenas en los barrios de ricos, donde también se consume y trafica droga, junto a otros delitos que son protegidos por el rango de las personas?
En Chile se aplica la impunidad para el dictador Augusto Pinochet y su familia, para unos cuantos agentes de las centrales de información, que aún andan en la calle, y para qué hablar de los funcionarios civiles de la dictadura que hoy peroran como grandes republicanos. La cárcel de Punto Peuco es la única que no está sobre poblada –no sería mala idea enviar a ese recinto a unos cuantos internos de otras cárceles-.
Es necesario recordar que muy pocas personalidades han tenido el valor de oponerse a la mentalidad fascista -animada por la derecha y seguida a coro por la Concertación-, en primer lugar las iglesias, que pidieron liberar, al menos, a los presos con enfermedades terminales y a los ancianos; en segundo lugar, la Fiscal Mónica Maldonado que sigue anunciando que esta situación es una verdadera bomba de tiempo, que podría repetirse; el presidente la Corte Suprema, Milton Juica, quien dijo, valientemente que “el mensaje político del momento es que lo mejor sería que todas las personas estuvieran presas y no en libertad, y esas son las consecuencias que se provocan…”
Nuestras castas políticas no entendieron nada de estos mensajes y las cárceles siguieron siendo pabellones de la muerte. Ahora se dedican a culparse entre ellas, dando un miserable espectáculo ante la opinión pública.
En Chile se atropellan diariamente los derechos humanos: no hay ninguna política concreta de reinserción por medio de talleres de capacitación, centros de recreación, bibliotecas, y otros; el 80% de los internos actuales son hijos de presos y este círculo parece imposible de quebrar mientras no haya un cambio radical en nuestra sociedad que no vendrá por ningún motivo, de los políticos del bipolio.
El ministro de Hacienda se menea y se pavonea diciendo que Chile está en un círculo virtuoso –hoy la libra de cobre en los cuatros dólares; tenemos millones de divisas guardadas en bancos extranjeros, las empresas extranjeras que explotan nuestro cobre reclaman por el regalo que hizo el Gobierno, coludido con la Concertación, respecto al miserable incremento del royalty– decir que el Estado chileno no tiene dinero para solucionar el problema de las cárceles es una tremenda falacia. Por lo demás, los empresarios pagan muy poco impuesto y bien se les podría exigir que contribuyan a sacar este país del marasmo, respecto al trato vil hacia los pobres, en cárceles, hospitales, escuelas y en sus propias poblaciones.
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