La muerte de un ciudadano haitiano a manos de un militar chileno, la semana pasada en Cabo Haitiano, es la gota que rebasa el vaso. Los soldados se habrían visto rodeados por una turba que arrojaba piedras.
De hecho, varios uniformados resultaron con lesiones por las pedradas. La agitación respondía a la angustia e impotencia de la población ante la epidemia de cólera que ya ha matado a mas de mil cuatrocientas personas e infectado a casi veinticinco mil.
A lo largo del país ha corrido el rumor que las fuerzas de la Misión para la Estabilización de Haití (MINUSTAH), más conocida por los Cascos Azules, es la que trajo el mal.
El Presidente haitiano, René Preval, y los funcionarios de la MINUSTAH culpan a agitadores por las protestas. Ellas serían azuzadas para crear un clima de inestabilidad por las elecciones presidenciales que tienen lugar este domingo.
Pero sería ingenuo creer que los supuestos activistas consiguieron alzar a miles de personas contra los Cascos Azules por meros rumores.
Lo que existe en Haití es, como ha ocurrido en el pasado, un rechazo
a la presencia de tropas extranjeras. Es este sentimiento hacia lo que algunos consideran fuerzas de ocupación el que sirve de fermento para movilizar contra lo que, en este caso, es un chivo expiatorio.
El pueblo haitiano merece recibir, especialmente después del terremoto del 12 de enero, toda la ayuda que sea posible.
Pero la presencia de tropas, con armas de guerra que terminan siendo usadas en su contra, no conviene a nadie. Para la mantención del orden interno se requieren policías entrenados para lidiar con muchedumbres agresivas.
Tampoco es conveniente para los países que despachan las tropas eternizar su presencia a un alto costo humano y económico.
El costo de la MINUSTAH en sus dos primeros años representó un gasto de más de mil millones de dólares. En el mismo período, el gobierno haitiano recibió algo menos de trescientos millones de dólares en ayudas.
Pero hoy, por encima de todo, el país requiere al menos un millar de enfemeras y un centenar de médicos. Cuba ya está presente con cuatrocientos doctores.
En toda misión bélica, sea ofensiva o humanitaria, es necesario contar con una estrategia de salida. Es imperioso establecer metas y un cronograma para su ejecución.
En Haití la presencia militar del Batallón Chile, integrado por quinientos efectivos del Ejército y la Armada, ya pasa de los seis años.
En el país no hay bandos armados que requieran de una fuerza extranjera para impedir la recurrencia de acciones bélicas. En consecuencia no hay razones objetivas para que dicho batallón permanezca allí a un alto costo.
En cambio parte de lo desembolsado debería destinarse a incrementar la ayuda médica, educacional y de otros servicios por la vía de las organizaciones no gubernamentales que ya se encuentran allí.
Las misiones de Naciones Unidas suelen caer en el sopor burocrático que es guiado por la inercia.
Así los mandatos para mantener Cascos Azules pueden prolongarse por décadas contribuyendo a la fatiga de ayuda por parte de la comunidad internacional. Haití no requiere la presencia de un vasto contingente militar extranjero.
Tampoco requiere, como lo ha dicho Preval, de un Ejército propio: “Yo escucho a menudo decir que el Ejército sirve para el desarrollo, para proteger el medio ambiente y traer seguridad. Eso es falso… El presupuesto destinado a las Fuerzas Armadas prefiero utilizarlo en salud, educación y construcción de infraestructura”.
Es hora de retirar el Batallón Chile y seguir el consejo de Preval.
De hecho, varios uniformados resultaron con lesiones por las pedradas. La agitación respondía a la angustia e impotencia de la población ante la epidemia de cólera que ya ha matado a mas de mil cuatrocientas personas e infectado a casi veinticinco mil.
A lo largo del país ha corrido el rumor que las fuerzas de la Misión para la Estabilización de Haití (MINUSTAH), más conocida por los Cascos Azules, es la que trajo el mal.
El Presidente haitiano, René Preval, y los funcionarios de la MINUSTAH culpan a agitadores por las protestas. Ellas serían azuzadas para crear un clima de inestabilidad por las elecciones presidenciales que tienen lugar este domingo.
Pero sería ingenuo creer que los supuestos activistas consiguieron alzar a miles de personas contra los Cascos Azules por meros rumores.
Lo que existe en Haití es, como ha ocurrido en el pasado, un rechazo
a la presencia de tropas extranjeras. Es este sentimiento hacia lo que algunos consideran fuerzas de ocupación el que sirve de fermento para movilizar contra lo que, en este caso, es un chivo expiatorio.
El pueblo haitiano merece recibir, especialmente después del terremoto del 12 de enero, toda la ayuda que sea posible.
Pero la presencia de tropas, con armas de guerra que terminan siendo usadas en su contra, no conviene a nadie. Para la mantención del orden interno se requieren policías entrenados para lidiar con muchedumbres agresivas.
Tampoco es conveniente para los países que despachan las tropas eternizar su presencia a un alto costo humano y económico.
El costo de la MINUSTAH en sus dos primeros años representó un gasto de más de mil millones de dólares. En el mismo período, el gobierno haitiano recibió algo menos de trescientos millones de dólares en ayudas.
Pero hoy, por encima de todo, el país requiere al menos un millar de enfemeras y un centenar de médicos. Cuba ya está presente con cuatrocientos doctores.
En toda misión bélica, sea ofensiva o humanitaria, es necesario contar con una estrategia de salida. Es imperioso establecer metas y un cronograma para su ejecución.
En Haití la presencia militar del Batallón Chile, integrado por quinientos efectivos del Ejército y la Armada, ya pasa de los seis años.
En el país no hay bandos armados que requieran de una fuerza extranjera para impedir la recurrencia de acciones bélicas. En consecuencia no hay razones objetivas para que dicho batallón permanezca allí a un alto costo.
En cambio parte de lo desembolsado debería destinarse a incrementar la ayuda médica, educacional y de otros servicios por la vía de las organizaciones no gubernamentales que ya se encuentran allí.
Las misiones de Naciones Unidas suelen caer en el sopor burocrático que es guiado por la inercia.
Así los mandatos para mantener Cascos Azules pueden prolongarse por décadas contribuyendo a la fatiga de ayuda por parte de la comunidad internacional. Haití no requiere la presencia de un vasto contingente militar extranjero.
Tampoco requiere, como lo ha dicho Preval, de un Ejército propio: “Yo escucho a menudo decir que el Ejército sirve para el desarrollo, para proteger el medio ambiente y traer seguridad. Eso es falso… El presupuesto destinado a las Fuerzas Armadas prefiero utilizarlo en salud, educación y construcción de infraestructura”.
Es hora de retirar el Batallón Chile y seguir el consejo de Preval.
Extraido de LA NACION
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