14 de abril de 2011

Educación: El SIMCE se ha Transformado en Principio, Medio y Fin

por Jorge Inzunza H.
 
En Slumdog millonaire (Danny Boyle, 2008) el protagonista Jamal Malik nos hace recorrer una sucesión de recuerdos agridulces en el contexto de su participación en el globalizado concurso ¿Quién quiere ser millonario? La cuestión de fondo es cómo un joven pobre era capaz de reconocer preguntas que no eran fáciles para “su nivel”. A lo largo de la película descubrimos que no eran las enseñanzas escolares la que lo habían conducido a acertar con las respuestas, sino sus experiencias de vida en las calles de la India. Deambulan en mi cabeza algunas imágenes de esta película cuando escribo esta columna sobre el SIMCE.

No quiero hacer una lectura ingenua de los resultados del SIMCE entregados esta semana. Quedarse en la superficie sería contentarse con el aumento de unos puntos en la prueba de lenguaje, con la disminución de la “brecha” entre estratos socioeconómicos, y con el aumento del rendimiento de las escuelas municipales y particular subvencionadas (todo esto en el 4° básico). Sumergirse a un nivel más oscuro, peligroso y sin oxígeno, sería preguntarse qué pasa en el 2° año medio, por qué la brecha aumentó, por qué persiste la brecha de género, y por qué las matemáticas no varían desde hace más de 11 años. 

Quiero pensar este SIMCE desde la óptica de las Ciencias Sociales y Humanas, y desde las Políticas Públicas, esto significa escapar del análisis de la Economía y las Ingenierías que han tendido a monopolizar el debate. 

Una primera discusión es sí la numerología anual que entrega el SIMCE nos dice algo de las escuelas o no. Y aquí podríamos responder lo que decimos cuándo se responde que los test de inteligencia miden… lo que miden los test de inteligencia, es decir, los puntajes SIMCE no dicen más ni menos que lo que miden: el rendimiento en unas habilidades acotadas en unas asignaturas acotadas. Nada nos dicen por lo tanto, de cómo se producen esos puntajes, cómo son las escuelas, cómo son los alumnos y alumnas, y no nos dicen eso, porque no es un objetivo de estas pruebas realizar un análisis cualitativo de la realidad. El SIMCE es un esfuerzo de síntesis que encasilla, categoriza y selecciona a las escuelas según un solo criterio: el rendimiento a una prueba estandarizada. 

Lamentablemente el SIMCE se ha transformado en principio, medio y fin. El puntaje ha sido exorcizado de su contexto original y parece decirnos “la verdad” única y fiel de nuestra educación. Es así como muchas escuelas vuelcan sus esfuerzos a restringir sus propuestas curriculares y en  seleccionar sólo a los “buenos” alumnos/as, expulsando a los “malos”… 

El SIMCE es hoy uno de los mejores indicadores de la segregación escolar. Pierre Bourdieu nos mostró cómo los sistemas escolares eran unas máquinas eficientes para naturalizar el orden social, es decir para no cuestionar mayormente por qué unos acceden con cierta facilidad a las mejores posiciones, mientras otros se quedan atrás. La meritocracia, tan defendida en Chile, tiene un sospechoso correlato con los niveles socioeconómicos de los alumnos/as, mientras más abajo nos ubicamos, el ascensor social que nos mueve parece estar más roído y oxidado. Así, las evaluaciones, el examen, siguiendo a Foucault son instrumentos para el control social que permiten justificar una relación de poder.

El SIMCE chileno nos revela una triste realidad. A medida que nuestras niñas y niños avanzan a través el sistema escolar la brecha de resultados aumenta progresivamente, correlaciona con la alta selectividad del sistema que para la educación media separa por un lado a las escuelas privadas, algunas particular subvencionadas (para los sectores medios, medios-altos), los liceos municipales emblemáticos y los ahora liceos de excelencia; y por otro, los liceos técnico-profesionales, particular-subvencionados (de sectores medio-bajo y bajo), y buena parte de los municipales.  

Uno de los elementos motores de la selectividad, y lo revela justamente el SIMCE, es la enseñanza de las matemáticas. Lo que en otras épocas de nuestra historia fue el aprendizaje de las lenguas extranjeras como factor de distinción, hoy parecen ser las matemáticas. El estancamiento creo que habla del rol social de esta disciplina en el sistema educativo y social. Y aunque lamentablemente han sucumbido las humanidades y las artes, sin embargo, esta debilidad no ha sido suficiente para que las matemáticas se aprendan más en las escuelas. Quizás aprenderlas mejor significaría poder analizar mejor las estadísticas, aprender a razonar mejor sobre la cientificidad de los discursos que se venden. 

La alerta que levantan los resultados del SIMCE es una y otra vez parte de los márgenes del análisis de política educativa. Esta fractura social se amplifica en un sistema escolar que persistentemente parece innovar en mejores formas de filtrar, anulando el esfuerzo de nuestras hijas e hijos más pobres. 

Jamal Malik nos queda en la retina representando el saber producido en el dolor de las vidas pobres despreciadas. Su triunfo enfrenta la desconfianza de los otros.
Columna publicada en Blog Versus 21 facilitada por el autor.
Titulo Original: El SIMCE y la fractura social

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