por Juan Oyanedel (*)
Cuentan en los pasillos de Canal 13 que a Edmundo lo descubrieron cuando prestaba su voz para el comercial del perro de Lipigas. Eso es mentira. El muchacho llegó en el Transantiago desde San Ramón, como todos hizo la fila para el casting de Amor Ciego, y salió elegido gracias a su infinito talento para victimizarse y cumplir el rol de niño pobre.
Chico humilde hasta la médula, su pobreza en vez de jugarle en contra fue el gran fundamento para que los productores del dating show lo eligieran para formar parte de un grupo de galanes variopinto y lastimoso. Tener en pantalla a un personaje como Edmundo representa per se la adhesión al monopólico discurso de la inclusión, la tolerancia, la lucha contra el clasismo, la igualdad de oportunidades y otras vainas sagradas.
La inopia es el arma con que Edmundo enfrenta al mundo. El éxito de la víctima, la famosa estrategia del “pobrecito”, dar lástima hasta que el otro sienta pena, misericordia y termine cediendo. Así se ganó un espacio y se hizo notar en ese zoológico televisivo. La penuria fue su bandera de lucha, precariedad reflejada en su lenguaje y sus modales, que terminaba indefectiblemente en pataletas de cabro chico, bravatas de quiltro rabioso y salidas de madre propias del “choro de la pobla”, todas perdonadas luego de la calentura. A Edmundo se le perdona todo, porque proviene de un entorno duro, donde sólo sobreviven los más fuertes o los más pillos.
Edmundo juega siempre de chico a grande, desde ese contrapicado inspira lo mismo que un perrito callejero abandonado. Así le robó un beso frío a la Cari, musa arpía y calculadora, rubia teñida que representa la aspiración que tienen los pobres, los oprimidos y marginados de someter alguna vez a la clase dominante. Lo hacen los negros, o mejor dicho los afroamericanos, en Estados Unidos cuando triunfan en el hip hop o en el basketball y luego se pasean delante de los medios de comunicación abrazados con blondas voluptuosas.
Edmundo logró su premio oxigenado gracias a la fama conseguida en un reality. Antes lo intentó jugando al fútbol, pero su brillante carrera en equipos como Estrella de Chile, Deportes Quilicura y Hosanna no alcanzó para llamar la atención de ninguna chiquilla farandulera. En honor a la verdad, ni siquiera las vecinas del barrio le daban pelota y el rey de los berrinches no era más que el hermano mayor del Wladi (otra figura notable) quien acaparaba toda la atención de las vecinas por su porte y su estampa.
Hasta que llegó su momento. Edmundo luego se convirtió en estrella, dejó de calentar la banca de la vida y fue titular indiscutido de cuanto pasquín existe en el país. Las mismas niñas, más otras oportunistas, que lo despreciaron por chico, feo, mamón y voz de pito repentinamente encontraron en él a todo un galán romántico, tierno y tincudo. Hay quienes, incluso, se atrevieron a decir que cantaba bonito.
Así son los quince minutos de fama. El chico Edmundo fue paciente y hoy encarna mejor que nadie el sueño del pibe. Como buen ídolo ya ha tenido sus problemillas con la justicia, el alcohol y las drogas. Flor de ejemplo de resiliencia, definida por la psicología como la capacidad del ser humano de sobreponerse a las dificultades de su entorno.
(*): periodista
Titulo Original: Los 15 minutos de Edmundo Varas
Extraido de THE CLINIC
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