por Citizen Almeida
Hace unos días, Julio Dittborn decidió interrumpir su año sabático en New York y vomitar esta columna en La Tercera. Aptamente titulada “Delincuencia y Chorreo”, es un chorro similar al que se produce cuando se rompe el alcantarillado y se genera un géiser de agua con caca.
La tesis de Dittborn es que si aplicáramos la política del chorreo en Chilistán, los sueldos subirían mágicamente y la delincuencia bajaría en forma drástica. Según él:
“Con un ingreso per cápita de US$ 35.000 al año (en Chile son US$ 12.000 al año), acá les chorrea a todos. (El monto del salario mínimo es la mejor señal que acá chorrea). Por lo tanto, soy optimista. Si en Chile seguimos creciendo a las tasa de Piñera (y no a las de Bachelet), podremos aumentar el mínimo y hacer que las cosas sean superabundantes y baratas. Ello disminuirá la delincuencia”.
Por supuesto, alguien que vive en una de las ciudades más caras del mundo y asegura que “acá las cosas son muy baratas” sufre de un grado severo de desconexión con la realidad. Según Dittborn, “Un salvadoreño o guatemalteco recién llegado acá se compra un auto en un par de meses si gana el mínimo ($3.500 pesos la hora acá).” No sé con qué guatemaltecos o salvadoreños se junte él, pero me temo que no se trate del inmigrante promedio. Yo también conozco a un mexicano que hizo negocios en Estados Unidos y multiplicó su fortuna. Se llama Carlos Slim. Me imagino que ése es el tipo de persona a que se refiere Dittborn, residentes de lo que describe como “el barrio donde vivo, como Vitacura en Santiago, o sea, un muy buen barrio”.
Tal vez sea verdad que ese inmigrante recién llegado al país pueda comprarse un auto, pero ese mismo guatemalteco o salvadoreño no tiene acceso a salud, no puede sacar licencia para manejar, no cuenta con jubilación y para vivir en una ciudad como NY debe tener al menos dos trabajos. Más encima, no es que se haya comprado un auto, sino que se consiguió un crédito para comprar un auto y lo va a estar pagando durante los próximos cinco años.
Para Dittborn, reducir la delincuencia es cosa de subir los sueldos. Estoy dispuesto a darle el beneficio de la duda y hacer el experimento en Chilistán. Que Dittborn les pida a sus amigos de la Sofofa que suban los sueldos y que dejen de hacer lobby cada vez que se pretende subir el sueldo mínimo. Ya que estamos en eso, que también le pida a todos los profesores que enseñan en la facultad de economía donde él es decano que se dejen de repetir la estupidez de que “el sueldo mínimo es un desincentivo a la contratación” y que distorsiona el mercado. Esto último sería particularmente interesante porque es precisamente su sector político el que en Chilistán y todo el mundo recita esa cantinela en contra del sueldo mínimo. Sin ir más lejos, que vea a sus amigos Republicanos en EE.UU, quienes por diez años bloquearon todo intento por subir el sueldo mínimo en el país y sólo se pudo aumentar cuando los Demócratas recuperaron la mayoría parlamentaria en 2007.
Este Julio Dittborn es el mismo que hace apenas dos años reclamaba en su calidad de presidente de la comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados que “el gobierno tiene que ser muy cauteloso en la negociación del salario mínimo” porque “aumentarlo no es gratis, sobre todo para los sectores menos productivos”. También es el mismo que advertía, a raíz del alza del sueldo mínimo, que “la pobreza no se derrota por ley”. Quizás su estadía en lo que el describe como “un muy buen barrio” neoyorquino le ha permitido observar otras realidades a través de canales como Discovery y National Geographic y finalmente se convenció que subir el sueldo mínimo no es dañino para la economía.
Ahora sólo falta que deje de defender lo indefendible y no pelee más con quienes han criticado su columna. En una respuesta a Patricio Navia, Dittborn le sugiere que estudie más el tema pues “si se hubiera dado el mínimo trabajo de googlear la relación entre salario mínimo y criminalidad” llegaría a las mismas conclusiones que él. Por otro lado, si Dittborn se diera la molestia de leer The New York Times (un diario relativamente conocido en su ciudad adoptiva y que quizás haya visto en los patios de sus vecinos si se levanta temprano) tal vez se hubiera informado sobre este estudio publicado en abril que demuestra cómo es imposible vivir con el sueldo mínimo en EE.UU.
Si Julio Dittborn saliera de New York y paseara por ciudades como Detroit en Michigan o Newark en New Jersey (a apenas una hora de su casa) se daría cuenta que la miseria y la pobreza no son problemas ni remotamente resueltos en EE.UU. También se daría cuenta que el chorreo (o “trickle down economics”, como lo llamaba Reagan) no han dado resultado ni acá ni en Chilistán.
Extrido de Citizen Almeida
Título original: El chorreo de Dittborn
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