31 de julio de 2012

Independientes: un paso al espectáculo.

por Luis Placencia (Red Seca)

El alud de candidatos independientes que ha inundado el espacio de lucha por el poder, especialmente con vistas a las elecciones presidenciales, es uno de los hechos más llamativos de la política chilena reciente. Aunque los “independientes” siempre han existido y varios políticos chilenos sin filiación partidaria se han desempeñado en altísimos cargos públicos, probablemente hoy más que nunca antes en la historia reciente de nuestro país ellos han logrado copar parte importante del centro de la atención en la discusión política (o del remedo de la misma, al que lamentablemente nos estamos acostumbrando). No solamente eso: cada vez más candidatos exhiben su credencial de “independencia” como un mérito, un galón al que los electores deberían atender a la hora de decidir por quién votar. Todo esto, obviamente, no llama a primera vista particularmente la atención, habida cuenta del descrédito actual de los partidos políticos. Incluso más, suele sostenerse que el antedicho descrédito explica por sí solo la popularidad de quienes no son militantes de partidos. Pero vistas bien las cosas, no parece ser tan claro cómo la mera pérdida de reputación de los partidos puede ser la única explicación del valor que hoy los electores asignan a la “independencia”. Muy probablemente el mencionado descrédito es más bien efecto de una interpretación más general de la política que explica en parte no sólo la crisis de legitimidad de los partidos políticos, sino que también la razón por la que la idea de la “independencia” parece seducir a los electores de hoy. Ahora bien, teniendo esta posibilidad en mente, cabe preguntarse: ¿Tiene sentido la idea de que la no militancia en un partido es una suerte de “virtud política”? ¿Cuál es la idea de la política que subyace a la convicción de que la “independencia” de los políticos es un valor que debe ser defendido?


Los “independientes” parecen sostener explícita o implícitamente que su carácter de tales es una cualidad positiva. Tal idea parece ser, en cierta medida, de sentido. Así como, por ejemplo, al informarnos esperamos que se nos reporte una visión “objetiva” de las cosas, así también a la hora de escoger a nuestros representantes deberíamos inclinarnos por preferir a alguien que de garantías de no perseguir ningún interés privado o particular. Así las cosas, probablemente la idea más común que está a la base de la valoración de la “independencia” es la tesis de que – a diferencia de los políticos profesionales que han hecho una carrera en los partidos – quienes no poseen militancia se hayan desprovistos de compromisos adquiridos con una red de apoyo como la que proporciona un partido y están por lo tanto en condiciones de velar por el “interés general” sin consideraciones de otro tipo (en este caso, por ejemplo, sin tener que ponderar ese interés con el de la colectividad política a la que representan). La lógica de esta idea es, entonces, bastante simple: a diferencia de un candidato militante, que debe su condición de tal a la decisión de un órgano colectivo que pone en él la responsabilidad de representar los intereses de ese órgano, un “independiente” sería un agente que no subordinaría el interés de “la gente” al provecho de una tercera entidad que medie entre el candidato y los electores. Justamente esta lógica subyace a la estrategia tomada por candidatos como Andrés Velasco y sus recientes invectivas contra las “malas prácticas” en la política (encarnadas, según él, en la persona de Guido Girardi). Los “independientes”, al estar, como el mismo nombre lo sugiere, libres de toda atadura a intereses de terceros, podrían “representar” de modo directo intereses de los electores.

¿Tiene sentido esta idea? Obviamente, no. Por de pronto, llama la atención la facilidad con la que quienes han sido seducidos por el “independentismo” y se aprestan a apoyar ardorosamente a los candidatos que han procurado rigurosas medidas de “asepsia partidista”, olvidan que la acción política es de suyo colectiva, de modo tal que la independencia absoluta del interés de los demás es poco más que una quimera. En primer lugar, la política parece ser posible ahí donde un grupo de individuos, que justamente por ser tales poseen diferencias irreductibles, actúan de modo conjunto en función de un beneficio común a su grupo. Por eso mismo, no son concebibles candidatos y representantes sin redes de apoyo, asesores, financistas e instituciones que respaldan a los políticos en su empeño por conquistar a los electores y mantener su apoyo. Obviamente, esas redes de apoyo nos son, en el caso de los candidatos y políticos militantes, mucho más fáciles de conocer que en el caso de los “independientes” que proclaman servir sólo al “interés general”. Cualquiera que medite brevemente sobre este asunto se puede entonces dar cuenta de que el recién mencionado argumento a favor del “independentismo” se puede invertir fácilmente: la mayor perversión de la posición “independentista” es que intenta presentarse como representante de una virtud imposible, pues los agentes políticos responden a intereses diversos y son dependientes de agentes que poseen intereses diversos. Conocer a esos agentes (y sus intereses) es, sin duda, mucho mejor que desconocerlos. Por ello, más que valorar la proclamaciones de independencia, deberíamos, si somos consecuentes con el motivo del argumento expuesto más arriba, valorar la claridad y transparencia en las relaciones de dependencia.

Parece ser entonces, que ahí donde algunos se atribuyen jactanciosamente una virtud imposible, no hay muchas veces en realidad más que un vicio. Ese vicio consiste en ocultar bajo una pretendida independencia los genuinos intereses defendidos por un actor político para evitar un genuino acto de adhesión política, a saber, el acto de identificarme parcialmente con interés de otros y transformar por tanto ese interés en un interés común.

Pero hay más. La superstición de la representación “no mediada” de los intereses de las mayorías por parte de un agente impoluto, limpio de vínculos con otros actores políticos, parece basarse en la idea de que existe claridad respecto del “interés general” y que por tanto sólo sería cuestión del político el administrar eficientemente los medios para la satisfacción de tal interés. No es casual entonces que la estrategia del “independentismo” sea empleada habitualmente por actores que defienden la idea de que los problemas políticos pueden ser resueltos en su mayoría apelando a consideraciones de carácter técnico. En efecto, estas consideraciones presuponen la existencia de fines indiscutidos relegando la discusión pública a la esfera de los medios más eficaces para alcanzar esos fines. Tal idea parece desconocer que en la política de verdad los desacuerdos no son meras diferencias respecto de las estrategias más eficientes para alcanzar un objetivo, sino que ellos más bien tienen lugar por el modo diverso en que interpretamos el contenido de los fines que como comunidad consideramos deseables. Dicho de otro modo: muchas veces no discutimos sólo sobre cómo lograr de mejor modo lo que queremos, sino que también sobre qué queremos. En ese contexto, mucho más útil que candidatos presuntamente inmaculados de influencias de otros intereses políticos son los candidatos cuyas ideas, dependencias e influencias políticas son claras. Sólo en el caso de ellos podemos saber si su interés es coincidente con el nuestro.

En un escenario en que una cantidad significativa de votantes son dominados por convicciones como las que arriba fueron indicadas, no resulta extraño que los partidos se encuentren en una crisis de legitimidad y que consecuentemente los “independientes” experimenten un auge. Más allá de las evidentes falencias del sistema político chileno y de las enormes debilidades de sus partidos, es claro que ellos no tienen un papel determinante que jugar ante una ciudadanía dominada por una comprensión romántica de la política. Si esta es comprendida como una actividad de “servicio” en función de la ejecución eficaz de los medios que permitan satisfacer un “interés general” predeterminado y evidente, los partidos serán condenados a una esfera de acción más reducida o menos clara. Y eso sin duda significará que la política en sentido genuino desparecerá del escenario, para dar paso al espectáculo.

Extraido de Revista Red Seca

Título Original: "Independientes"

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