16 de mayo de 2011

Islandia: La Revolución que el mundo se niega a ver

Por Mauro_Magno (GAMBA.CL)

¿Qué me diría usted si le cuento que hace algunos meses en cierto país, el pueblo salió a las calles disgustado por el actuar de sus gobernantes y, armado de cacerolas, pitos, pancartas, echó con viento fresco de capitán a paje?

Dudaría un poco y no creería que algo así podría suceder con facilidad, sobre todo, luego de ver en la televisión y en los periódicos como las pseudo-democracias árabes han acallado las protestas populares que exigen mayores derechos y libertades al son de las balas y la represión, todo ante la mirada indiferente de Estados Unidos y la Unión Europea. Imagino que tampoco me creería si le cuento que ese mismo audaz y valiente pueblo se negó a saldar de su propio bolsillo una deuda garrafal producida por la negligencia y la usura en el actuar de los bancos.

Pues bien, y para que me crea, acá va la historia, ignorada por los medios tradicionales, pues no les conviene el ejemplo, de como un pueblo, sin más que la decencia y la razón por delante puede lograr lo que se proponga. Esta es la historia de la Revolución de Islandia y de cómo su gente le enseñó al mundo como se escribe la palabra dignidad.

Islandia, del vocablo nórdico Ísland, significa “tierra de hielo”. Y no es para menos. Ubicada en el Océano Atlántico, se sitúa justo al sur del Círculo Polar Ártico. Los glaciares cubren un sexto de su territorio y alrededor del 65% de esos suelos poseen un clima tan agreste como el que se podría encontrar al sur del Estrecho de Magallanes y de Tierra del Fuego, acá en nuestro país. Todo un desafío para que cualquier civilización pudiese asentarse ahí. Sin embargo, a punta de esfuerzo, coraje y bravura un puñado de nórdicos, provenientes de Noruega, sembraron la semilla del valeroso pueblo que es hoy, y que empezó a quedar de manifiesto hace poco más de dos años.
El 2008 pasaba como cualquier otro año en las vidas de los poco más de 300 mil habitantes que tiene Islandia. Catalogados como el país con mayor desarrollo humano en aquel año por la ONU, y con un ingreso per cápita que alcanzaba los $63.830 dólares -muy lejos de lo que percibió Chile durante esos doce meses, cuando la renta bordeó los 14 mil dólares-, la economía bullía, las operaciones de los bancos, incluida su expansión al extranjero, llegaron a suponer diez veces todo lo que producía el país en un año, y los créditos hipotecarios llegaban a proporcionar hasta el 100% del valor de los inmuebles.

Era el paraíso en la tierra. Un estilo de vida casi único en el mundo. El estado de bienestar postulado tras la Segunda Guerra Mundial se desarrollaba a la perfección en Reykiavik, con la salud completamente cubierta para cualquier ciudadano, así como la educación asegurada en todos sus niveles. No obstante, la “gallina de los huevos de oro” tenía sus días contados. Y, como siempre, la ambición sin límites de la banca islandesa, así como la inescrupulosidad de sus mandamases comenzaron a cimentar la debacle.

A fines del 2008, el boom económico de aquella década, caracterizado, además de lo anterior, por ser un edén para los inversionistas extranjeros -sobre todo para los venidos de Gran Bretaña y Holanda-, comenzó a desplomarse. La crisis se desencadenó con furia y el sistema financiero islandés colapsó, llevando a la bancarrota a sus tres principales bancos.

Ni tontos ni perezosos, los inversionistas tanto neerlandeses como británicos corrieron al rescate de sus negocios, girando recursos fiscales para cubrir las horrorosas pérdidas que les significaba el derrumbe económico. Sin embargo, y como nunca pierden, el salvamento conllevaba una pequeña trampa que pronto traería consecuencias: la deuda generada por el “salvavidas” extranjero debía pagarlo, y de manera íntegra, el fisco islandés.

El pueblo, hastiado de la maraña escandalosa en que había incurrido su gobierno -una coalición entre la centro derecha y la socialdemocracia- en conjunción con los especuladores externos, salió a las calles a mostrar su descontento con la iniciativa. La presión ejercida por la multitud hizo que el Primer Ministro, Geir Haarde, y todo su gabinete, renunciaran de manera indeclinable y que se llamasen a elecciones anticipadas para abril del 2009, donde triunfó la alianza entre la socialdemocracia y el Movimiento de izquierda Verde, consorcio encabezado por Jóhanna Sigurðardóttir, quien fue ungida como la nueva jefa de gobierno.

La salida del gobierno conservador y el advenimiento de una administración más progresista hicieron que las pasiones se calmaran en parte. Durante lo que siguió del 2009, la situación económica continuó empeorando, registrándose una caída del Producto Interno Bruto de alrededor del 7%, lo que sumado a un desempleo cercano al 9%, cifra impensada meses atrás cuando la cifra de desocupados apenas sobrepasaba el 1,5% de su fuerza laboral, hacían la situación insostenible. Tan insostenible, que cuando el nuevo régimen propuso la devolución de la deuda a Holanda y Gran Bretaña mediante el pago de 3.500 millones de euros, suma que pagarán todos las familias islandesas mensualmente durante los próximos 15 años al 5,5% de interés. La gente se volvió a echar a la calle, exigiendo que la propuesta se sometiera a referéndum.

La voz del pueblo nuevamente volvió a ser escuchada y el Presidente de la República -que para los efectos de Islandia y muchos países de Europa las oficia como el encargado de los asuntos internos del país-, Ólafur Ragnar Grímsson se niega a ratificar la propuesta y anuncia que llamará a una consulta popular. Ésta se celebra en marzo de este año y la victoria de la oposición al pago de la deuda es aplastante consiguiendo un 93% de adhesión, además de exigir que se iniciaran investigaciones para dirimir jurídicamente las responsabilidades de la crisis, con lo que comienzan las detenciones de varios banqueros y ejecutivos que llevaron al hoyo al país.

Sin embargo, y no conformes con esto, aprendiendo la lección, y previniendo que esta situación vuelva a ocurrir, además de una iniciativa que pretende darle un marco jurídico a la libertad de información y expresión, el propio pueblo presiona para que se elija una asamblea constituyente para que se redacte una nueva carta magna que reemplace a la constitución actual, una copia casi fiel a la de Dinamarca. Para ello, se recurre al pueblo soberano. Se eligen 25 ciudadanos sin filiación política, de los 522 que se presentaron como candidatos y a los que se les había puesto como condición para su postulación el ser mayor de edad y contar con el apoyo de 30 personas.

Poetas, electricistas, pensionistas, diáconos y escritores trabajan, junto a licenciados en ciencias políticas, abogados, y dos ex-parlamentarias, en la construcción de un nuevo modelo de sociedad que los Islandeses se han ganado tras su pacifica y silenciada revolución. Una lección de decencia que este pueblo nórdico le está entregando a un mundo y de la cual deberíamos tomar nota…

Extrido de GAMBA.CL

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