por Rafael Poch (LaVanvuardia.com)
El cierre "irreversible" de centrales antes de 2022, supone una "gigantesca oportunidad" para "situar a Alemania como precursora en política energética", dice la canciller
Fukushima y más de 30 años de movimiento ciudadano contra las nucleares han obligado a la canciller alemana, Angela Merkel, a echarse al monte: como máximo en once años, para 2022, Alemania mantendrá sin centrales nucleares su potencia industrial y demográfica, la primera de Europa. El paso, esperado pero oficialmente anunciado ayer, está cargado de consecuencias para el continente. Si Alemania puede, otros vecinos europeos más pequeños con mayor razón.
Calificada de “irreversible”, la decisión supone un enorme espaldarazo industrial e investigador a las energías renovables, que junto con el gas y otras tecnologías ocuparán gradualmente el agujero, ese 23% de la generación de electricidad que hoy corresponde a lo nuclear en el país. La transición se hará, “sin importar energía de otros países” y “sin subir tarifas eléctricas”, dijo Merkel. Los expertos han dictaminado que el cambio tampoco afectará al objetivo de 40% de reducción de emisiones de dióxido de carbono hasta 2020. Si todo ello es cierto, los defensores del sector nuclear se quedan sin un solo argumento a su favor, y con el ejemplo del país más potente de Europa en su contra.
“Vamos a mostrar que se puede crecer con renovables”, dijo la canciller que habló de “nuevas formas de crecimiento”, de “creación de puestos de trabajo”, de “más respeto al medio ambiente”, de “buenas perspectivas para hacer de las renovables un factor nacional de exportación industrial”, y de situar a su país en la vanguardia de las renovables y como ”precursor en materia de política energética”. Para ello, Alemania va a doblar su inversión en renovables de aquí a 2022, el año en que se desconectarán las tres últimas centrales.
Si alguien se hubiera echado una siesta de tres meses y despertara ahora, debería pellizcarse para comprobar que no está soñando: la misma administración que hace nueve meses, en septiembre de 2010, canceló el apagón nuclear que socialdemócratas y verdes decidieron en el año 2000, regresa al mismo punto de partida: 2022. Sin embargo no es un sueño, sino el resultado de la más fría lógica política, lo que ha convertido a Merkel en una especie de líder verde: su giro es el tributo que debe pagar para no suicidarse políticamente, se reconoce en su entorno.
Casi un millón de alemanes han salido a la calle desde la impopular marcha atrás del pasado septiembre. El movimiento nuclear resucitó y la mayoría social antinuclear es concluyente. Después de Fukushima todo eso amenazaba con llevarse al gobierno por delante, tal como ha ocurrido en varias regiones, incluido el feudo conservador de Baden-Württemberg el pasado marzo, mientras el partido verde sube como la espuma. Era una cuestión de vida o muerte, y esa supervivencia ha podido más que las enormes presiones del lobby nuclear, que tiene gran poder no sólo en la administración de Berlín sino también en los medios de comunicación.
“Tras la catástrofe de Fukushima para mi se hizo prioritario reconsiderar el papel de la energía nuclear”, dijo Merkel, en una conferencia de prensa en la que compareció flanqueada por tres ministros de los tres partidos de su coalición; CDU, CSU y FDP.
La renuncia nuclear será gradual y concluirá con el cierre de las 17 centrales existentes antes de 2022. Por si surgen complicaciones las tres centrales mas modernas serán las últimas en cerrar. Las siete centrales más antiguas, preventivamente paradas desde marzo, y el reactor averiado de Krümmel, no volverán a conectarse, aunque una de ellas se mantendrá en reserva dos años, preparada para funcionar por si fuera necesario. Se mantiene, como fuente de financiación de las renovables, el impuesto, acordado en septiembre, que grava a los consorcios eléctricos por el combustible nuclear. A partir de la semana que viene se comenzará el trabajo legislativo en el Bundestag. A juzgar por las discretas reacciones, este plan ha dejado fuera de juego a la oposición con la que Merkel espera llegar a un consenso.
Que haya sido una administración conservadora la que haya dado el paso no es ninguna paradoja, sino más bien la norma. En el actual apagón decidido por cristianodemócratas y liberales hay la misma lógica que en la militarización iniciada en los años noventa, cuando socialdemócratas y verdes metieron a Alemania en una guerra en los Balcanes por primera vez desde 1945. Que los detractores estén en el partido que toma la decisión es, precisamente, lo que la blinda políticamente. Nadie mejor que la derecha para hacer entrar en razón a los sectores recalcitrantes de la industria, que llevan semanas profetizando una catástrofe.
Catálogo de desastres
En el catálogo de desgracias que ayer envió a sus asociados Hans-Peter Keitel, el presidente de la Federación Industrial Alemana (BDI), no faltaba nada: 40.000 millones de gasto, regreso al carbón, más dependencia del gas de los pérfidos rusos, debilitación industrial de Alemania. En la bolsa de Francfort las acciones de los grandes consorcios eléctricos caían, mientras subían las empresas de renovables. La frontera entre unas y otras es menos clara de lo que se cree. El gigante Siemens, por ejemplo, tiene una gran apuesta en nuevas tecnologías, se ha separado del consorcio francés Areva y se está repensando su estrategia nuclear fuera de Alemania, con grandes contratos con Rusia que han sido puestos entre paréntesis. Hace dos años, el jefe de Siemens, Peter Löscher hablaba de construir 400 reactores en el mundo hasta 2030. Todo eso ha cambiado.
Según Marcel Viëtor, experto de la alemana DGAP, España, con su gran potencial industrial en solar y eólica, va a ser un país particularmente sensible al ejemplo alemán. “Hay que mirar a largo plazo”, dice Viëtor, los riesgos de las nucleares son estadísticamente bajos, pero el problema es que no hay garantía de que no suceda algo tan catastrófico como lo de Fukushima, con una factura gigantesca”. Respecto a Francia (80% de electricidad de origen nuclear) todas las declaraciones del gobierno y del sector eléctrico que llegaban a propósito de la decisión alemana eran igualmente catastróficas: los precios de la electricidad subirán en Alemania, se quemará más carbón, etc. Hasta el ministro sueco de medio ambiente ha tachado la política alemana de “muy irregular”.
Extraido de LaVanguardia.com
Extraido de LaVanguardia.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario