por Bjørn Lomborg (*)
Los espectadores de Daytona 500 de febrero en Florida recibieron banderas verdes para agitar en celebración de la noticia de que los autos estándares de la carrera ahora usan gasolina con un 15% de etanol a base de maíz. Fue el inicio de una campaña de marketing televisiva que durará toda una temporada para venderles las ventajas de los biocombustibles a los norteamericanos.
En la superficie, el autoproclamado “enverdecimiento de NASCAR” (Asociación Nacional de Autos Estándares de Carrera) es simplemente un ejercicio transparente (y, uno sospecha, desafortunado) en una forma medioambiental de blanqueo para el deporte –llamémoslo “un baño verde”-. Pero la sociedad entre un pasatiempo adorado por los estadounidenses y el lobby de los biocombustibles también marca el último intento por inclinar a la opinión pública a favor de una política verdaderamente irresponsable.
Estados Unidos gasta unos 6.000 millones de dólares por año en respaldo federal a la producción de etanol a través de créditos impositivos, aranceles y otros programas. Gracias a esta asistencia financiera, una sexta parte de la oferta de maíz del mundo se quema en autos estadounidenses. Es suficiente maíz para alimentar a 350 millones de personas durante un año entero.
El respaldo del gobierno del rápido crecimiento de la producción de biocombustibles contribuyó a un desorden en la producción de alimentos. De hecho, como resultado de la política oficial de Estados Unidos y Europa, que incluye metas de producción agresivas, el biocombustible consumió más del 6,5% de la producción global de granos y el 8% del aceite vegetal del mundo en 2010, con respecto al 2% del suministro de granos y prácticamente ningún combustible vegetal en 2004.
Este año, después de una temporada de siembra particularmente mala, vemos los resultados. Los precios globales de los alimentos son los más altos desde que Naciones Unidas comenzó a llevar un registro en 1990, impulsados en gran medida por los aumentos en el costo del maíz. A pesar de las medidas que se tomaron recientemente contra la desnutrición, serán más millones de personas las que estarán mal alimentadas de las que habría habido en ausencia del respaldo oficial a los biocombustibles.
Ya hemos pasado por esto antes. En 2007 y 2008, el rápido aumento de la producción de biocombustibles causó una crisis de alimentos que incitó la inestabilidad política y fomentó la desnutrición. Los países desarrollados no aprendieron la lección. Desde 2008, la producción de etanol aumentó el 33%.
Los biocombustibles inicialmente fueron defendidos por los activistas medioambientales como una solución inmediata contra el calentamiento global. Empezaron a cambiar de opinión cuando una corriente de investigación demostró que los biocombustibles obtenidos a partir de la mayoría de los cultivos de alimentos no reducían significativamente las emisiones de gases de tipo invernadero –y, en muchos casos, causaban la destrucción de bosques para sembrar más alimentos, creando más emisiones netas de dióxido de carbono que los combustibles fósiles.
Algunos activistas verdes respaldaron los mandatos a favor de los biocombustibles, con la esperanza de que abrirían el camino para el etanol de próxima generación, que utilizaría plantas no alimenticias. Esto no sucedió.
Hoy, es difícil encontrar un solo ambientalista que siga respaldando la política. Hasta el ex vicepresidente de Estados Unidos y premio Nobel Al Gore –que alguna vez hizo alarde de haber emitido el voto decisivo para el respaldo del etanol- dice que la política es “un error”. Ahora admite que la respaldó porque “tenía cierta afición por los productores de maíz del estado de Iowa” –que, no por casualidad, eran cruciales para su candidatura presidencial de 2000.
Es reconfortante que Gore ahora haya cambiado de opinión en vista de la evidencia. Pero existe una lección más amplia. Un coro de voces de la izquierda y la derecha se pronuncian en contra de un respaldo continuo del gobierno a los biocombustibles. El problema, como ha dicho Gore, es que “resulta difícil, una vez que se implementa un programa de esta naturaleza, lidiar con los lobbies que lo mantienen en pie”.
Los políticos no pueden frenar este tipo de comportamiento ávido de rentas. Lo que pueden hacer es diseñar políticas razonadas que maximicen el bienestar social. Desafortunadamente, cuando se trata de políticas a las que se vende como un freno al calentamiento global, una protección del medio ambiente o una generación de “empleos verdes”, tenemos una tendencia a tomar decisiones apresuradas que no pasan la prueba.
El respaldo del gobierno a los biocombustibles es sólo un ejemplo de una política “verde” de reacción automática que crea oportunidades lucrativas para un grupo de empresas que defiende sus propios intereses, pero hace muy poco para ayudar al planeta. Consideremos el respaldo financiero que se les brindó a las empresas de energía renovable de primera generación. Alemania estuvo a la cabeza del mundo a la hora de instalar paneles solares, financiados por 75.000 millones de dólares en subsidios. ¿El resultado? Una tecnología solar ineficiente y poco competitiva instalada en los techos de un país que suele estar bastante nublado, que proporcionó un irrisorio 0,1% de la oferta total de energía de Alemania y que pospuso siete horas los efectos del calentamiento global en 2010.
Dadas las apuestas financieras, no sorprende que las empresas de energía alternativa, las firmas de inversión “verde” y los productores de biocombustibles estén haciendo un fuerte lobby a favor de una mayor generosidad gubernamental, y que estén llevando su causa directamente a la población al resaltar sus supuestos beneficios para el medio ambiente, la seguridad energética y hasta el empleo –ninguno de los cuales resiste un escrutinio-. “El acuerdo con NASCAR llevará el etanol estadounidense a la estratósfera”, declaró Tom Buis, máximo responsable ejecutivo de Growth Energy, la asociación de comercio de etanol.
Al menos un grupo ya está vendido: los contendientes presidenciales. En Iowa el mes pasado, el posible candidato republicano Newt Gingrich se mofó de los “ataques de las grandes ciudades” a los subsidios al etanol. Y, en lo que debe ser música para los oídos de la industria, un funcionario de la administración Obama declaró que, incluso en medio de los precios más altos de los alimentos que el mundo haya visto hasta la fecha, “no existe ninguna razón para levantar el pie del acelerador” en cuanto a los biocombustibles.
En realidad, existes millones de razones –que sufren innecesariamente- por quienes se deberían aplicar los frenos.
(*): Autor de The Skeptical Environmentalist y Cool It, director del Centro de Consenso de Copenhague y profesor adjunto en la Escuela de Negocios de Copenhague.
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