Entre mis muchos defectos se cuenta mi incapacidad de evitar los conflictos y el enfrentamiento: si hay que ir a la pelea, voy. No es algo que busque, pero soy incapaz de hacerle el quite. Eso incluye no tener temas vedados de conversación; esa frasecita “en esta casa no se habla de política ni de religión” es una provocación para mí y una invitación irresistible a dejar la escoba.
A pesar de lo dicho, hay un asunto del que me cuesta hablar y ese es el aborto. No es por mis creencias religiosas, ni por lo escabroso que pueda resultar. Es simplemente porque lo encuentro profundamente íntimo y creo que no tengo derecho a opinar sobre el porqué una mujer toma esa decisión. Y aunque pareciera que el aborto es el tema de este artículo, sólo quiero usarlo como excusa para analizar nuestra nula capacidad como país para enfrentar un problema espinudo como éste y tantos otros.
No quiero emitir juicios éticos, valóricos, morales ni menos religiosos. Ni siquiera me interesa explicar mi posición personal sobre el aborto, porque no tiene ninguna importancia. Simplemente deseo expresar mi perplejidad frente a la poca rigurosidad y el fanatismo con que se trata el asunto. Tanto los que están a favor como los que se oponen emiten frases rimbombantes y efectistas como “no quiero un rosario en mis ovarios” o “prestamos el cuerpo”, “soy dueña de mi cuerpo”, “un crimen no se arregla con otro crimen” (se refiere al aborto en caso de violación). Mención aparte para la colección de clichés y lugares comunes del texto que publicó el presidente Piñera en el blog del gobierno, titulado “Mi compromiso con la Vida”, como si los que discreparan de su posición tuvieran un compromiso con la muerte (¿no se irán a cansar nunca las personas de derecha de hablarnos desde esa superioridad moral que altera los nervios?). Unas y otras expresiones recalcitrantes no ayudan en nada, sólo desnudan fanatismo, le echan pelos a la sopa y hacen que las posiciones se extremen.
Pienso que es absolutamente imposible seguir negándonos a la idea de legislar sobre el aborto porque más allá de que no se apruebe, como es extremadamente probable que suceda, ponerlo en el tapete en el Congreso y en la opinión pública abre la posibilidad cierta de debatir, de hablar, de exponer puntos de vista, de tener la oportunidad de escuchar a personas que tienen mucho que decir sobre el particular, y hacerlo con rigurosidad y tomando distancia de nuestras convicciones personales al respecto: médicos especialistas en reproducción, expertos en enfermedades degenerativas, sicólogos, teólogos, mujeres abusadas, etc. etc.
Y eso jamás podrá ser malo.
No puedo creer que en estos tiempos existan personas que se supone son preparadas e inteligentes y se nieguen ciegamente a siquiera plantearse el problema. Qué soberbia, qué insensibilidad y qué falta de capacidad para ponerse en otras realidades, algunas duras y sórdidas, pero vividas por mujeres, parejas y padres todos los días en nuestro país.
Para usted este puede ser un simple asunto de salud pública y un derecho; para otros, un asesinato; para muchas niñas, un problema de sobrevivencia; para algunas parejas, una tragedia. Pero lo que es una certeza es que en Chile se realiza una cantidad enorme de abortos cada año. Hasta 200.000 dicen algunos informes, es decir más que en ningún otro país de América, aun de los que lo permiten. ¿De verdad piensa que es una cuestión que simplemente se puede seguir ignorando?
Como además en nuestro querido país conviven dos Chiles, hay abortos para pobres y abortos para ricos. Unas mujeres arriesgan sus vidas en condiciones sanitarias deplorables y para otras es un paseo por el campo. Si le sumamos que las posibilidades de que una mujer pobre que abortó terminé con una septicemia en un servicio de urgencia son altas, también son ellas las que terminan presas. Por lo tanto, en este caso también se está penalizando la pobreza. Abortar sobre la cota mil es bien distinto a hacerlo en un campamento.
¿El Ministerio de la Mujer no tiene nada que decir al respecto? ¿Por qué solamente la mujer tiene que asumir todos los costos de un aborto?
¿No es cómplice el padre de ese hijo que rehuyó la responsabilidad, no lo son también esos padres que echaron a su hija- niña de la casa, después de darle una pateadura por haberse embarazado? ¿No lo son los que fomentan políticas de prevención de embarazo adolescente timoratas y equívocas?
¿Realmente no vamos a hablar de todo esto? Tampoco lo haremos de hacinamiento e incesto, me imagino, ambos ligados a los embarazos no deseados y relacionados con una pobreza que somos incapaces de superar.
¿Nadie nos va a explicar por qué debemos aceptar desconectar a un hijo que vemos respirar porque nos dicen que está con muerte cerebral, (lo que científicamente es lo mismo que muerto, según los argumentos esgrimidos en la ley de donación de órganos) y sin embargo una mujer que espera a un hijo que viene sin cerebro tiene que pasar nueve meses de agonía y luego vivir la experiencia desgarradora de parirlo sólo para verlo morir? ¿Cuál es la diferencia?
En un caso somos casi héroes, entregamos los órganos de un ser amado para dar vida, para que su muerte tenga sentido, en el otro es “asesinato” y entramos en la lista negra de los “no comprometidos con la vida”, si usamos la argumentación del presidente.
En derecho hay un viejo aforismo que dice “Donde existe la misma razón, debe existir la misma disposición”. Es bien claro, pero como la mayoría de nuestros legisladores hacen las leyes desde su dogmatismo y sus principios religiosos, se legisla como la mona.
Necesitamos una ley de aborto terapéutico realista y seria. Que les dé los mismos derechos a todas las mujeres de nuestro país. Para que no suceda lo mismo que pasaba con las “nulidades matrimoniales”, resquicio legal que permitía anular matrimonios mediante la mentira y el engaño, con el agravante de que sólo lo podían hacer quienes tuvieran los recursos para pagar un buen abogado, “experto” en el tema. Algo similar sucede con esto: miles de abortos disfrazados de operaciones de apendicitis y otras similares, pero que sólo pueden pagar ciertas personas, las mismas que se podían anular y que hoy disfrutan de los beneficios del divorcio gracias a personas valientes que se expusieron y fueron juzgadas moralmente, como las que hoy dan esta pelea.
¿Cuándo va a haber verdadera educación sexual en nuestro país?
¿Cuándo los métodos anticonceptivos van a dejar de generar debate y se van a masificar? Porque han de saber los guardianes de nuestras conciencias que se evitarían muchos abortos con ello.
Demasiadas preguntas, demasiadas dudas, demasiado importante el problema, demasiadas cosas por mejorar, demasiadas verdades que enfrentar, demasiadas barreras que derribar, demasiado dolor involucrado
El aborto es, sin duda, un debate ineludible. Y el aborto terapéutico debiera estar claramente normado, porque todas las mujeres deben tener los mismos derechos. Sin importar su condición social y su nivel económico.
Extraido de El Pilín, Diario Paranoico
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